Expedición de Límites de 1754-1761
Expedición de Límites de 1754-1761
1754-1761
El 13 de enero de 1750 los plenipotenciarios designados por los reyes de España y Portugal firmaron el Tratado de Madrid, que fijaba los límites de las posesiones respectivas en América y Asia. Fue un instrumento diplomático profundamente innovador. Como resultado de una acción política de gran alcance, que subordinó las relaciones exteriores a la reconstrucción interior de ambas monarquías, el tratado bosquejó la división de América del Sur en 2 grandes áreas de influencia, el Amazonas para Portugal y el Río de la Plata para España. Asimismo, introdujo principios tan perdurables en las relaciones internacionales americanas, como el reconocimiento de la ocupación de facto por los portugueses del interior del continente o la neutralización del Nuevo Mundo respecto a los conflictos que afectaran a las metrópolis europeas. La línea divisoria acordada en el tratado debía ser señalada sobre el terreno por una de las 2 «expediciones de límites» que, según se había acordado en una instrucción complementaria, se organizarían a tal fin. Cada una de ellas se debía componer a su vez de 3 «partidas» o grupos bilaterales de demarcación formados por marinos, militares, astrónomos, cartógrafos, tropa de escolta y personal de servicio. Venezuela fue desde el principio un escenario fundamental dentro del proyecto expedicionario. Según indicaba el plan acordado por ambas cortes, los miembros de la comisión encargada del trazado de la línea en el norte del continente debían dirigirse a Cumaná, remontar el curso del Orinoco hasta el caño Casiquiare y avanzar por el río Negro hasta la localidad de Mariuá, donde se reunirían con los expedicionarios portugueses. A continuación, comenzarían las labores de trazado de la línea divisoria propiamente dicha. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que la expedición del Orinoco trascendió rápidamente el marco de las relaciones entre Estados, convirtiéndose en un instrumento de reforma política de la frontera tropical venezolana. Junto a la tarea pública de delimitación se definieron una serie de objetivos encubiertos, entre los cuales destacaron el espionaje de los holandeses y franceses de Guayana con vistas a lograr su expulsión, la atracción al bando español de los negros cimarrones refugiados en el interior del continente y el estudio científico de la canela, el cacao y la quina con el fin de poner en marcha su explotación comercial. No constituyó ninguna casualidad que la dirección de la expedición fuera encomendada a José de Iturriaga, que contaba con una larga trayectoria de dedicación a la guerra y el comercio en América. Los otros 3 comisarios fueron el militar criollo Eugenio de Alvarado, el teniente de navío Antonio de Urrutia y el alférez de navío José Solano. Un discípulo del célebre naturalista Carlos de Linneo, Pedro Loefling, fue nombrado director de los trabajos botánicos. El personal se completó con la contratación de cosmógrafos, médicos cirujanos y dibujantes. Los preparativos, que duraron cerca de 4 años, incluyeron la compra de una embarcación para el transporte al Nuevo Mundo, así como la provisión de instrumental y bibliografía científica en la propia España, Francia y Gran Bretaña. La expedición del Orinoco tuvo 3 etapas. Desde abril de 1754 hasta febrero de 1756 los expedicionarios pasaron por un período de adaptación al mundo americano. La muerte del ministro de Estado José de Carvajal, las rivalidades internas y el enfrentamiento de Iturriaga con el gobernador de Nueva Andalucía determinaron considerablemente los acontecimientos de esta primera fase. Tras llevar a cabo en Cumaná diversos trabajos científicos (mediciones de longitud, latitud, temperatura y presión, así como labores cartográficas) los comisarios decidieron avanzar hacia el interior en diversos grupos, que se organizaban a medida que los aprestos navales lo iban permitiendo. En agosto de 1754 un convoy dirigido por los comisarios Alvarado, Urrutia y Solano tomó el camino de Margarita, Trinidad y el delta del Orinoco. Mientras Solano trabajaba en la cartografía de ambas islas y en la construcción de un astillero, Urrutia y Alvarado avanzaron hasta Guayana. Simultáneamente, Loefling y el equipo de botánicos adelantaban diversas recolecciones y estudios en Clarines y sus alrededores, obteniendo valiosos materiales. Poco después se produjo la primera de una serie de muertes que acabarían diezmando la expedición. Tras el fallecimiento del comisario Urrutia en el Caroní, corrieron igual suerte el astrónomo jesuita Francisco Javier Haller, el botánico Loefling y varios pilotos. Pese a todo, sobreponiéndose a las dificultades, Alvarado consiguió cumplir con los cometidos encomendados, elaborando informes sobre asuntos tan dispares como las colonias holandesas de Esequibo y Demerara, sus comunicaciones con Guayana, las misiones de los capuchinos catalanes, la quina y el mito de El Dorado. Solamente en abril de 1755 lograron los otros 2 comisarios, Iturriaga y Solano, llegar a Santo Tomé, la capital de Guayana. Tras intentar sin éxito diversas iniciativas encaminadas a controlar a los caribes, el primer comisario entraría en una etapa de inacción, que sólo terminó en junio de 1756, cuando se trasladó a Muitaco, una misión franciscana del Orinoco Medio de gran importancia estratégica. En cuanto a los otros 2 comisarios, su suerte fue diferente. Alvarado avanzó hasta Carichana, donde se detendría largo tiempo, enzarzándose en estériles polémicas con los misioneros jesuitas. Solano, en cambio, alcanzó en febrero de 1756 los raudales, cruzando el de Atures al mes siguiente. Fue un acontecimiento de gran trascendencia, ya que por su carácter de accidente geográfico y frontera indígena había constituido hasta entonces una barrera infranqueable para los españoles. La segunda etapa de la expedición, que comprendió hasta marzo de 1759, se caracterizó por la mejora de su implantación regional y el consiguiente relanzamiento de sus actividades en todos los campos. A fin de paliar la falta de recursos, Juan Ignacio de Madariaga fue enviado a España a mediados de 1757. Aunque su intento de justificar la lentitud de la marcha de sus compañeros obtuvo escaso éxito, logró que se remitieran a Guayana dinero, víveres y pertrechos. La expedición fue reorganizada con el nombramiento de José Diguja como cuarto comisario y gobernador de Nueva Andalucía. Mientras tanto, Solano se desplazó en febrero de 1757 a Santa Fe de Bogotá, donde obtuvo grandes auxilios del virrey José Solís. Gracias a los nuevos recursos, Vicente Doz y Nicolás Guerrero pudieron explorar entre abril y mayo de 1757 el curso del río Apure, y a finales de 1758 el propio Doz dirigió un reconocimiento de los ríos Cuchivero y Caura en busca de lugares propicios para fundar nuevos pueblos de españoles. La existencia de un nuevo equilibrio en el Orinoco Medio, caracterizado por la presencia definitiva de los españoles y el fin de las incursiones de las guerrillas caribes, hallaría su expresión más importante en la fundación, a principios de 1759, de 2 nuevos pueblos, Ciudad Real y Real Corona. Aunque el intento de combatir a los holandeses pactando con los negros cimarrones que vivían en el interior del continente fracasó, los expedicionarios lograron poco después establecer sus primeras posiciones en el Alto Orinoco. Gracias a una duradera alianza con los guaipunabis, Solano pudo fundar San Fernando de Atabapo a mediados de 1758, convertido desde entonces en verdadera cabecera regional. De esta manera, las bases para la tercera y más fructífera etapa de la expedición, caracterizada por la gran transformación regional, ya estaban echadas. Hasta la detención de los trabajos a mediados de 1760, los comisarios y sus hombres exploraron el territorio, estudiaron sus recursos y fundaron los pueblos de españoles sobre los que se asentó, en las décadas siguientes, una verdadera estructura estatal. El impulso exploratorio fue extraordinario. Alvarado, que salió de un largo ostracismo político, se desplazó a Santa Fe de Bogotá, obtuvo auxilios del virrey y promovió el reconocimiento de los ríos Ariari y Guaviare con vistas a la apertura de una ruta de abastecimiento a los nuevos establecimientos del Orinoco. A finales de 1759 Simón López y Francisco Fernández de Bobadilla avanzaron por el Casiquiare y río Negro, fundaron San Carlos y San Felipe y tomaron contacto con los portugueses. Mientras tanto, en 2 viajes que tuvieron lugar entre diciembre de 1759 y noviembre de 1760, Apolinar Diez de la Fuente exploró el curso inicial del Orinoco, examinó los cacahuales silvestres de los ríos Padamo y Ocamo y reconoció el lugar donde refundaría en la década siguiente La Esmeralda. En marzo de aquel mismo año, la firma del Tratado de El Pardo entre los monarcas español y portugués había impuesto la vuelta a la situación previa a 1750. Como consecuencia de ello, los trabajos de la expedición fueron detenidos y la mayor parte de sus miembros prepararon el definitivo retorno a España. Dejaban, sin embargo, una Guayana bien distinta a la que habían encontrado. Más allá del fracaso político en la ejecución del Tratado de Madrid, en la perspectiva regional venezolana se habían producido grandes transformaciones. Hasta 1767 Iturriaga daría continuidad a la labor de organización del territorio llevada a cabo por la expedición desde su puesto de comandante general de nuevas poblaciones, mientras Solano ejercería desde 1763 el cargo de capitán general, dando impulso a buena parte de los proyectos de ocupación del interior que había diseñado durante su etapa como expedicionario. El nacimiento de la regionalidad guayanesa como elemento constitutivo de la territorialidad venezolana quedó así indisolublemente asociada a la labor histórica de la expedición del Orinoco. Finalmente, debemos recordar su extraordinario legado científico, especialmente en los campos cartográfico y botánico.
Temas relacionados: Fronteras; Tratado de Límites de 1750; Tratados de la Monarquía Española.
Autor: Manuel Lucena Giraldo
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